lunes, 10 de diciembre de 2007

Desayuno

Echó café
En la taza
Echó leche
En la taza de café
Echó azúcar
En el café con leche
Con la cucharilla
Lo revolvió
Bebió el café con leche
Dejó la taza
Sin hablarme
Encendió un cigarrillo
Hizo anillos
De humo
Volvió la ceniza
En el cenicero
Sin hablarme
Sin mirarme
Se puso de pie
Se puso
El sombrero
Se puso
El impermeable
Porque llovía
Y se marchó
Bajo la lluvia
Sin decir palabra
Sin mirarme
Y me cubrí
La cara con las manos
Y lloré.

Jacques Prévert

viernes, 16 de noviembre de 2007

Ausencia

Roland Barthes escribió en la figura amorosa ausencia, de Fragmentos de un discurso amoroso (1977):
“La ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede suponerse sino a partir de quien se queda –y no de quien parte-: yo siempre presente, no se constituye más que ante tú, siempre ausente”.
En la ausencia quién se queda permanece en espera, el otro es movedizo, huye, viaja.
¿Cómo es la situación de quién sabe que el otro no va a regresar? Esto sucede en la obra Open House de Daniel Veronese: el actor que deja la obra ya no puede regresar a ella, queda automáticamente excluido de los ensayos y no es remplazado. La obra va a morir, “tendrá una muerte natural”, como asumen los actores.
Gustavo Antieco, actor de Open House, expresa lo que sintió cuando tres de sus compañeros partieron en distintas circunstancias: “Son dos sensaciones, lo sentimental y lo artístico, porque el producto se nutre de las partidas. Cuando alguien se va la obra se modifica, crece, mejor dicho, sigue destruyéndose, porque es una obra que va a desaparecer cuando no quede nadie”.
Cuando un actor se va, queda un espacio vacío. Olga Nani, actriz de Open House cuenta que sucede con esos espacios que se generan cuando alguien parte: “No se buscan reemplazos, no los hay. Lo que hacemos es traer nosotros mismo un texto del que se fue. No hay reemplazo ni si quiera en lo escenográfico, de poner algo donde estaba esa persona o cambiar la escenografía para que diga hay aire de nuevo. La obra se esta poniendo vieja y va teniendo huecos. Tratamos que no sean huecos a nivel puesta, la idea no es que venga el público y diga esta obra tiene huecos, sino de huecos para nosotros”.
A pesar de estos huecos, Antieco percibe que quienes se fueron siguen estando: “Porque se sigue hablando de ellos, el espacio está, se muestran sus fotos. Se dice que esa persona existió. No pienso que se hayan ido, es más diría que toman más relevancia porque son, en cierta manera, los causantes.”
Sigmund Freud en su ensayo Duelo y melancolía diferencia estos dos estados. El primero es la reacción, por lo general, a la perdida de un ser amado u otra cosa que se aprecia; sólo es un padecimiento pasajero, que desaparecerá por sí solo. La melancolía, se caracteriza por un estado profundamente doloroso, produce un desinterés por el mundo exterior, y hasta se puede perder la capacidad de amar.
Para Olga, en el duelo, “hay un avance, la persona que se fue, en el mejor de los casos, queda como un recuerdo, y la pérdida es superada”. Sin embargo, explica que en Open House siempre hay melancolía: “Es una ausencia extraña, por que están tan presentes, es difícil sacarlos, forman parte de la obra, y no terminan de estar ausentes. Al convocarlos todos los lunes no se puede terminar de hacer un duelo, nos quedamos en una melancolía. Pero es difícil superarlo porque la obra los trae. Nosotros elegimos textos de ellos para que sigan estando. Somos como esas madres lorquianas que se quedan con el hijo que murió en la guerra”.

martes, 30 de octubre de 2007

Lo que acecha

Hoy se cumplen 69 años de la emisión de la Guerra de los mundos (novela de ciencia ficción del inglés Herbert George Wells), que adaptaron Orson Welles y el Teatro Mercurio, bajo el sello de la CBS, a un guión de radio.

Los hechos que suceden en la obra de Wells se relataron en forma de noticia -como si sucediese en tiempo real- y se narró la caída de meteoritos que provenían de las naves marcianas y que, para derrotar a las fuerzas estadounidenses, usaron un rayo de calor y gases venenosos. En la introducción del programa se explicó que se trataba de una dramatización de la novela. En el minuto 40.30, aproximadamente, aparecía otro mensaje aclaratorio, seguido de la narración de Welles, quince minutos después de la alarma general del país, que llegó a pensar que estaba siendo invadido.

Los oyentes desprevenidos que no escucharon la introducción pensaron que se trataba de una emisión real de noticias, lo que provocó el pánico en las calles de New York y New Yersey. Los teléfonos de la comisaría y los medios de comunicación estaban saturados por oyentes desesperados, de los cuales algunos se suicidaron ante la amenaza.

En el ensayo Lo siniestro, Sigmund Freud interprete el sentido de esa palabra: siniestro. Para el psicoanalista, lo siniestro es lo desconocido, lo nuevo, lo que no se conoce, y que aparece sorpresivamente y provoca temor, miedo; estado que surge por la amenaza, por aquello que nos provoca una sensación de peligro. Así sucedió con la dramatización de Welles, los oyentes, ante la invasión de los extraterrestres -lo desconocido- sintieron miedo.

Por otro lado, lo siniestro, en la etimología alemana, según Freud, es aquello que en un momento fue lo hogareño, lo conocido que se transformó y pasa a provocar temor, miedo, amenaza. Pero, ¿hay algo en lo cotidiano que puede volverse siniestro?

En los relatos de Raymond Carver, cuentista estadounidense, se percibe -en ambientes hogareños en los que viven, en general, matrimonios o parejas- algo que se mueve en el fondo, algo que golpea y genera interferencia, intranquilidad. Así se siente en sus obras: Tres rosas amarillas, ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, De qué hablamos cuando hablamos de amor y Catedral; y más precisamente en los relatos Diles a las mujeres que nos vamos, Tanta agua tan cerca de casa y ¿Por qué no bailas?, entre otros. En este último cuento, un auto frena en una casa donde se realiza una liquidación casera, bajan una pareja de novios, se acuestan en la cama, fuman, miran las estrellas; hasta que aparece el dueño de la casa que fue a comprar cerveza y comida a un almacén, los invita a beber, charlan, pone música y propuso a los chicos bailar:
<<-Eh, chicos, ¿por qué no bailan? -No, no- dijo el chico. -Vamos –insistió el hombre-. Es mi jardín. Pueden bailar si les apetece.>>

El hombre los mira bailar. El chico deja de hacerlo porque se siente borracho. La chica le pregunta al hombre si quiere bailar con ella, él acepta. Bailan muy juntos y se susurran cosas al oído.
¿Alguna vez llegaste a su casa, y viste a algún integrante de tu familia sentado bebiendo gaseosa mientras fuma un cigarro, y cuando preguntaste en qué pensaba te responde nada? ¿Alguna vez miraste a dos o más personas que están en silencio y parecen felices? ¿Te das una idea de lo que piensan?
Las ballenas van a morir a la playa. Algunos científicos creen que pierden el sentido de la orientación y quedan varadas en la arena. El 14 de agosto de 1969, cientos de personas contemplaron desde el acantilado de Cayo Grassy, Florida, el suicido de unas sesentas ballenas que se estrellaban contra las rocas. Intenta golpearte una y otra vez contra la pared para ver cuántos golpes resistís y verás que las ballenas no se pierden. Si no se pierden, ¿por qué se suicidan? ¿Habrá algo en el fondo del mar que desconocemos y que acecha?
Cuando percibís el peligro, que hay alguien que te espía, pero estás en el comedor de tu casa con tu esposa o esposo, o lo que sea, ¿qué te dan ganas de hacer? ¿Sentís esa tensión? ¿Y qué es más horroroso, vivir con la idea de que alguien cercano desea ponerte un arma en la cabeza o que directamente lo haga, que ponga el arma en tu sien y amenace con matarte? Porque, como escribe Charles Baudelaire en su obra Las Flores del Mal: “Un pueblo de demonios danza en nuestras cabezas”.

No hablo de violencia, armas, guerras, asesinatos y muertes. Hablo de la amenaza, de lo que acecha, de lo que late en las profundidades, lo latente, lo que se mueve y no percibimos. Eso pasó con Welles, la gente, ante la amenaza de una invasión se sintió en peligro y se suicidó.
Encerrate en un cuarto, que sea hermético a los sonidos, concéntrate en lo que sucede en tu cabeza, trata de oír, y cuando percibas el sonido de los diablos que saltan preguntante: si te provocan, ¿de qué sos capaz?

domingo, 21 de octubre de 2007

Afuera

Ernesto:
Están afuera. Fuman en el banquito de la vecina. Se van a quedar ahí toda la tarde.

Federico:
¿Qué quieren?

Ernesto:
Trataron de entrar acá, en casa. Los frene.

Federico:
¿Qué les dijiste?

Ernesto:
No me gusta cuando me hablás así.

Federico:
¿Qué les dijiste?

Ernesto:
No me gusta cuando me hablás así.

Federico:
Deciles que no estoy, que estoy trabajando

Ernesto:
No.

Federico:
¿Cómo?

Ernesto:
Que no. Porque les dije otra cosa.

Federico:
¿Qué les dijiste?

Ernesto:
Nada, que me iba a fijar si estabas durmiendo. Dicen que ellos esperan. Y me preguntaron si esta era la guitarra con la que dabas las clases.

Federico:
¿Qué les dijiste?

Ernesto:
¿Otra vez? ¿Podés dejar de repetir eso? Que sí. ¿Qué otra cosa les iba a contestar? Que con está guitarra le das clases a su novia, a Julieta; como a las otras alumnas.


Federico:
¿Qué?

viernes, 19 de octubre de 2007

Chicas (fragmento)

" La amo. La amo con toda el alma. Creo que es una mujer maravillosa. La vi sólo una vez. Se dio vuelta y sonrió. Me miró y sonrió. Después paró un taxi de la fila. Le dio instrucciones al conductor, abrió la puerta, entró, cerró la puerta, me echó una última mirada a través de la ventanilla y luego el taxi arrancó y nunca más la vi de nuevo. "
Harold Pinter

martes, 2 de octubre de 2007

Siete preguntas


-¿Qué?
-Una mujer toma un helado.
-¿Por qué?
-Tiene hambre.
-¿Quién?
-Helena Eniusha de treinta años.
-¿Cuándo?
-Ahora, en este instante.
-¿Dónde?
-Sentada en el banco de una plaza.
-¿Cómo?
-Con un leve movimiento del brazo lleva el helado, sabor frutilla, a la boca y lo lame.
-¿Para qué?
-¿Para esperar a alguien? ¿Hace tiempo? ¿Es un receso en el trabajo? ¿De dónde viene? ¿A dónde va después? ¿Regresa a la casa? ¿Tiene a dónde volver? ¿Qué siente? ¿Qué piensa? ¿Qué quiere? ¿Tiene planes? ¿Piensa en algo o alguien? ¿Se esconde? ¿Se muestra? ¿Pasea? ¿Escapa?

lunes, 1 de octubre de 2007

Ruta


Fermín, Alejandro, Raúl y Nicolás viajan en auto por una ruta. A ambos lados se extiende un desierto. Los cuatro imaginan lo mismo: solos entre los médanos de arena, las gargantas secas, y cada vez que tragan un poco de saliva, sienten una avalancha de rocas que caen desde la cima de una montaña.
Nicolás maneja, Raúl fuma y preferiría ir en un camello, Alejandro duerme y Fermín mira la nuca de Nicolás, ve los pelos sobre el asiento, piensa que se parecen a una cascada congelada.
Los cuatro están callados. No se pusieron de acuerdo qué música escuchar. Unos minutos antes Raúl tiro la radio por la ventana. Alejandro gritó e intentó bajar del auto en marcha, pero prefirió cerrar los ojos. Fermín permaneció en silencio y después de ver como se rompía la radio en el asfalto empezó a rasgar el tapizado con la uña.
Nicolás fue el que más gritó, hasta rompió el espejo retrovisor. Ahora piensa que si tuviese un arma le dispararía a sus amigos en las sienes, escondería los cuerpos en el desierto, seguiría viaje hasta algún bar, se sentaría en una mesa bajo el sol y pediría una gaseosa.

sábado, 15 de septiembre de 2007

lunes, 10 de septiembre de 2007



"Bella como el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección"
Lautréamont

domingo, 9 de septiembre de 2007

Sentada

¿Qué lee la mujer sentada en la silla? ¿Tiene importancia lo que lee? ¿Esta esperando a alguien y aprovecha a leer algunas líneas? Si espera a alguien, ¿la lectura tendrá relación con esa persona que aún no llega?
Pero si esta leyendo su diario íntimo... ¿qué habrá escrito? ¿Una poesía, un relato, una oración? Quizás sea lo que vivió ayer, ¿será importante o es algo que olvidará en unas horas? ¿Contará algún desamor o como dejó que se enfrié el té que no bebió en el desayuno?
¿Qué lee la mujer sentada en la silla? ¿Y si sólo finjé leer?... No parece que actue; ella lee; ¿qué?

viernes, 7 de septiembre de 2007


Hoy cuando fui a darles de comer a mis peces, y subían a la superficie a buscar el alimento, uno de ellos se dio vuelta, panza arriba, y flotó por toda la pecera. Lo miré un ratito y cuando ya no había comida, me di cuenta que estaba muerto.

domingo, 5 de agosto de 2007

Corta tomates y lechugas

Se sienta, da una pitada a su cigarrillo a punto de consumirse, inhala y exhala aire tres o cuatro veces e intenta escribir.
Recuerda la visita de Javier por la mañana. “Tomo un café y me voy”, había insistido él; para acompañar el desayuno llevó una docena de facturas. De la mochila sacó unos cuadernos y le pidió que le explicase el uso del sujeto y el predicado. Ella, María, bebió su café en silencio, comió dos medias lunas, mientras que él le señalaba algo en la hoja:
-Acá, por ejemplo, ¿está bien hecho?- María no contestó, dio el último sorbo al café- ¿Y, está mal, no?
-¿Para qué estás cosas? Era un café, tomalo, te espero a que lo termines y nos vamos. Dale, se enfría.- concluyó y se levantó a acomodar unas cosas que estaban dispersas en la mesada.
Él saltó sobre ella, le subió la pollera y la cogió. María no se resistió, y siguió guardando las cosas. Javier se sentó, bebió el café y fumó.
-Me voy, cerra la puerta cuando te vas.
Fue al trabajo, acomodó papeles, el jefe le reprochó su ineficiencia, archivó carpetas e hizo llamados
Ahora mira la máquina de escribir, sus manos sobre las teclas, tomo de un trago el whisky y escribe: “Guarda las cosas en la heladera. Tira papeles en la basura. Pone las lapiceras en el cajón y margaritas en el florero. Cierra las puertas de la alacena.” María levanta la vista, mira la puerta que da al comedor. Sabe que está ahí, hace milanesas y corta tomates y lechugas. Saque el papel y lo pone en un costado. Se levanta, se estira la pollera, agarra el vaso vacío y sale.

miércoles, 1 de agosto de 2007

En la ventana


Se despierta temprano. Se viste con la ropa que usa los lunes y se dirige al sillón que está junto a la ventana. Se sienta y espera a que la mucama le traiga el desayuno: café y algunas tostadas con manteca. Prende un cigarrillo, da una bocanada y lo pone en el cenicero, deja que se consuma. Mira a través de la ventana, con la cabeza inclinada y una mano encima de la otra.
-¿Dormiste bien?- le pregunto, resistiendo a bostezar- Me duele el cuello, estoy un poco contracturado… Tendría que ir al masajista, ¿qué decís?
La mucama pide permiso para entrar. Adelante, le digo y me acomodo en la pared. Entra, deja la bandeja con el desayuno y sale.
-¿Qué decís? Tendría que ir al masajista- le repito-, ¿no? Con este calor, me duele la espalda y el cuello. No sé qué pasa. También me despierto traspirado. ¿Voy no? Más bien al médico tendría que ir.
-Si, al médico-, dice secamente.
Desayunamos. Ella come una tostada, da un par de sorbos a su té.
Me visto. La beso en la cabeza y le digo:
-Me voy. Quizás después de trabajar pase por el masajista. O por el médico, si consigo turno.

martes, 31 de julio de 2007


Tiene cabello castaño, sus ojos del mismo color, piel trigueña, sus pestañas arqueadas, y miente.

lunes, 23 de julio de 2007

Caja

Camino. Un bosque.
Un árbol. Arranco una hoja. La guardo en la caja.
Giro.
Una playa. Tomo un grano de arena. Lo guardo en la caja
Salto.
Un mar. Agarro una gota de agua. La guardo en la caja.
Voy a la orilla.
Una cabaña con chimenea, con humo. Una entrada sin picaporte, sin timbre. Empujo la puerta. Entro. Un living sin muebles, con sombras.
La risa en alguna de las habitaciones. La encuentro; es de un hombre sentado con un habano, con traje, con cara de payaso. Sonríe. La caja, dice. De cartón, respondo. ¿Está todo? Si, contesto.
¿Te gusta el color de mi ojo? Prefiero el arco iris. De la manga saca un sombrero, de la otra una paloma. La pone en el gorro. Me muestra el hueco vacío. La paloma desapareció. ¿Dónde fue? No sé. ¿En el bolsillo? No está. ¿Detrás de la oreja? Tampoco. ¿Otro truco? Bueno.
Me agarra. Me pone dentro de la caja. La cierra.

Cielo de sal

Ekaterina volaba con su pollera verde. Tampoco le podían faltar sus botas azules. Antes de elevarse se trenzaba el pelo. Después lo anudaba a su cabeza, que a la distancia parecía una corona de laureles.
-Ekaterina, Ekaterina –le gritaba- no te olvides los guantes y la bufanda.
Tengo que mencionar su chaleco amarillo y negro. Sin él no la distinguía en el cielo.
Por temor le ataba una soga en la cintura; por el otro extremo la sujetaba a un árbol.
Cuando los turistas pasaban por casa y me veían sostener la soga, miraban hacia el cielo y me preguntaban:
-¿Cómo haces para remontar tan alto?
-Es mi hermana- respondía-, a ella le gusta volar.
Recién ahora comprendo porque palmeaban mi cabeza después de la confesión.
Durante la tarde jugábamos. Ekaterina desde el cielo y yo en la tierra. Ella dejaba caer un guante. Perdía si no lograba evitar que toque el piso. Muchas veces se extraviaron en los árboles.
Un día, al bajar del cielo, estaba mojada. No dio explicaciones y fue a dormir. Por la noche revisé su habitación. Las paredes estaban empapeladas de algas.
Al atardecer del día siguiente la encontré recostada en el patio del frente. Cuando me acerqué vi que entre las costuras de su ropa había escamas.
-No quiero volver- dijo y se quedó dormida. La llevé a su cama.
Al día siguiente la fui a despertar. No estaba. Encontré su ropa, que continuaba mojada. Hace dos años que no sé nada de Ekaterina. Pero todos los días, todas las tardes, siempre cae desde el cielo un guante verde.

recostada

blanca, quizás blanca
mueve su pelo negro, sin canas.
bebe.
imagina una ventana,
detrás un árbol de hojas verdes y frutos rojos.

pared blanca, quizás una mancha negra
acaricia sus piernas.
fuma y bebe,
piensa un hombre
que usa sombrero.

recostada en la pared blanca.
bebe, fuma y toma un trago.
recuerda la cama sin sábanas,
no duerme,
no sueña;
fuma y bebe.