martes, 31 de julio de 2007


Tiene cabello castaño, sus ojos del mismo color, piel trigueña, sus pestañas arqueadas, y miente.

lunes, 23 de julio de 2007

Caja

Camino. Un bosque.
Un árbol. Arranco una hoja. La guardo en la caja.
Giro.
Una playa. Tomo un grano de arena. Lo guardo en la caja
Salto.
Un mar. Agarro una gota de agua. La guardo en la caja.
Voy a la orilla.
Una cabaña con chimenea, con humo. Una entrada sin picaporte, sin timbre. Empujo la puerta. Entro. Un living sin muebles, con sombras.
La risa en alguna de las habitaciones. La encuentro; es de un hombre sentado con un habano, con traje, con cara de payaso. Sonríe. La caja, dice. De cartón, respondo. ¿Está todo? Si, contesto.
¿Te gusta el color de mi ojo? Prefiero el arco iris. De la manga saca un sombrero, de la otra una paloma. La pone en el gorro. Me muestra el hueco vacío. La paloma desapareció. ¿Dónde fue? No sé. ¿En el bolsillo? No está. ¿Detrás de la oreja? Tampoco. ¿Otro truco? Bueno.
Me agarra. Me pone dentro de la caja. La cierra.

Cielo de sal

Ekaterina volaba con su pollera verde. Tampoco le podían faltar sus botas azules. Antes de elevarse se trenzaba el pelo. Después lo anudaba a su cabeza, que a la distancia parecía una corona de laureles.
-Ekaterina, Ekaterina –le gritaba- no te olvides los guantes y la bufanda.
Tengo que mencionar su chaleco amarillo y negro. Sin él no la distinguía en el cielo.
Por temor le ataba una soga en la cintura; por el otro extremo la sujetaba a un árbol.
Cuando los turistas pasaban por casa y me veían sostener la soga, miraban hacia el cielo y me preguntaban:
-¿Cómo haces para remontar tan alto?
-Es mi hermana- respondía-, a ella le gusta volar.
Recién ahora comprendo porque palmeaban mi cabeza después de la confesión.
Durante la tarde jugábamos. Ekaterina desde el cielo y yo en la tierra. Ella dejaba caer un guante. Perdía si no lograba evitar que toque el piso. Muchas veces se extraviaron en los árboles.
Un día, al bajar del cielo, estaba mojada. No dio explicaciones y fue a dormir. Por la noche revisé su habitación. Las paredes estaban empapeladas de algas.
Al atardecer del día siguiente la encontré recostada en el patio del frente. Cuando me acerqué vi que entre las costuras de su ropa había escamas.
-No quiero volver- dijo y se quedó dormida. La llevé a su cama.
Al día siguiente la fui a despertar. No estaba. Encontré su ropa, que continuaba mojada. Hace dos años que no sé nada de Ekaterina. Pero todos los días, todas las tardes, siempre cae desde el cielo un guante verde.

recostada

blanca, quizás blanca
mueve su pelo negro, sin canas.
bebe.
imagina una ventana,
detrás un árbol de hojas verdes y frutos rojos.

pared blanca, quizás una mancha negra
acaricia sus piernas.
fuma y bebe,
piensa un hombre
que usa sombrero.

recostada en la pared blanca.
bebe, fuma y toma un trago.
recuerda la cama sin sábanas,
no duerme,
no sueña;
fuma y bebe.